Los archivos nos presentan la realidad que sustenta la ficción. Durante la preparación de Abdón de Lada tuve la ocasión de documentarme en un par de archivos, el del Ayuntamiento de Langreo y el de la Minería, comprobando, una vez más, la cantidad de vida que conservan los papeles viejos.

En mis notas conservo, como si fueran pequeños fogonazos, la reseña de algunos de los aspectos que me llamaron la atención sobre la vida en Langreo a principios del siglo XX y que no puedo dejar de comentar.
El Archivo Municipal conserva las actas de las reuniones del Ayuntamiento desde hace decenas de años, las cuales nos proporcionan múltiples datos sobre la vida diaria.
En cuanto a los horarios de la vida, las actas mencionan reuniones del Ayuntamiento que comienzan a las 14:30, como señal de que entonces la comida del mediodía se realizaba en un horario similar al europeo. Los turnos de las minas y las fábricas, regulados a golpe de sirena, se establecían de manera que todos pudieran disfrutar de unas horas de luz.

Los concejales tratan con mucha frecuencia asuntos relacionados con el agua, el saneamiento, los lavaderos, los urinarios, las fuentes y los puentes; a menudo la resolución consiste en dirigirse a las grandes empresas de la zona, significativamente la Duro, para que, o bien repare daños o, directamente, realice a su cargo obras públicas. Las arcas municipales no tienen mucho dinero; estamos en una época en la que se subastan los arbitrios municipales.
Otro aspecto recurrente en el consistorio es el relacionado con las guerras y el reclutamiento. Así, se envían telegramas a la Presidencia del Consejo pidiendo el fin de la guerra en Marruecos, al tiempo que se tramitan las llamadas a filas, se solicita a los familiares que presenten a los mozos, se da curso a los expedientes de ausencia de los quintos no localizados, una ausencia que fácilmente podemos suponer deliberada, y se provee socorro a los familiares de reservistas y de soldados casados. Relacionado con ello se encuentran las tramitaciones de declaraciones de fallecimiento tras muchos años sin noticias de alguien.
La pobreza, los niños y la religión irrumpen en las discusiones. Hay muchas solicitudes de socorros para pobres y peticiones de plazas para alumnos de esas familias en los colegios. Los turnos de las clases, diferentes para niños y niñas, deben evitar que los críos queden sueltos por las calles durante las horas lectivas; se advierte a la directora de un colegio de que no puede expulsar, como pretende, a las niñas que incumplan la obligación de confesar y comulgar una vez al año.
El cambio de época queda manifiesto en que aún hay comerciantes que se amparan en la reciente implantación del sistema métrico para engañar con el peso, especialmente el del pan, cuyo precio y calidad son objeto de críticas frecuentes. El Ayuntamiento amenaza con multas a las empresas que no respeten el recientemente implantado descanso dominical obligatorio.
El Archivo Histórico de Hunosa, situado en El Fondón, nos envía también mensajes llamativos.
Las vagonetas eran arrastradas antiguamente por caballerías. Encontramos los contratos con los encargados de las caballerías que regulan, entre otros aspectos, la responsabilidad en caso de accidente —diferenciando según este se produzca dentro o fuera de la explotación—, la aportación de algunos animales por parte de los dueños de la mina o la labor de supervisión que estos realizan.

El archivo minero refleja múltiples reclamaciones ocasionadas por hundimientos en fincas o casas, desvíos o desapariciones de cursos de agua, que inutilizan fuentes y molinos, cortes de caminos y daños por desescombros. La combinación de escombreras y riadas hace desaparecer fincas y varía los cauces.
Es especialmente significativo el libro de la policía minera, donde los inspectores, tras cada accidente, relatan su acceso al lugar de los hechos, las personas muertas o heridas, los testimonios recabados y las medidas a tomar.
Ante algunos hechos recurrentes se establecen políticas generales. Las caídas a los pozos llevan a la obligación de construir barreras ante ellos; se percibe la tensión entre el trabajo a destajo, que lleva a avanzar el frente de explotación, y la necesidad de prevenir los derrumbes, lo que hace establecer una distancia máxima entre el área fortificada y la de trabajo, aún a riesgo de que el último cuadro sea derribado por la acción de los barrenos.
El polvorín y los explosivos son objeto de un control especial, con la existencia de un libro registro y la separación de explosivos y mechas en un edificio y cápsulas en otro. Se deben guardar en nichos de madera empotrados en el muro del edificio, el cual, a su vez, debe disponer de pararrayos.
Una buena señal de los tiempos antiguos la proporcionan las experiencias con los planos inclinados.
Unas vías paralelas tendidas a lo largo de las grandes pendientes permitían a las vagonetas salvarlas, primero por la compensación en la que las vagonetas descendentes, cargadas de carbón, tiraban de las ascendentes, más ligeras, y, posteriormente, mediante motores que cumplían dicha función. En los planos inclinados se producen muchos accidentes y se ordena la construcción de garitas para que los operarios se puedan guarecer en ellas en caso de derrumbe y que cada vagoneta esté enganchada no solo a la que la precede, sino también, mediante un segundo cable de seguridad, a la que está dos posiciones por delante.
La asfixia. El libro de la policía minera recoge en 1920 la muerte por asfixia de cinco personas en una chimenea de ventilación abandonada cuatro años antes. La inflamación de polvo de carbón, que lleva a que sea necesario poder regar dentro de la mina.