Mi nombre es Nadie nos presenta, a través de las voces y palabras de los inmigrantes, la experiencia real de los inmigrantes a través de África. No es por casualidad que el libro se subtitula “el viaje más antiguo del mundo”.
Nicolás Castellano y Carla Fibla nos hacen presentes testimonios de realidades olvidadas al hablarnos de inmigrantes reales, de personas que se han decidido a emprender un viaje peligroso con la ilusión de que les permita ayudar a progresar a su gente. Entendemos los motivos de los viajeros, como la sensación de muchos africanos de ser muertos en vida, sensación incomprensible para un europeo, lo que los lleva a soportar lo indecible para superar la dureza del destino a la que parecen condenados por su lugar de nacimiento. La importancia de la falta de modelos, como el de otorgar relevancia al estudio, aparece también ante nuestra vista.
Junto con las sensaciones de fondo, las historias recopiladas en el libro y los CDs de Castellano y Fibla nos hacen vivir la experiencia concreta de los inmigrantes, las muertes en el desierto, los intentos de cruzar bajo los camiones, los rescates en el mar al límite de la vida y que luego ningún país los quiera acoger, la muerte por disparos, las minas en el Sahara, el progresivo alejamiento de los puntos de embarque hacia Canarias o el cruce a nado —uno tirando de otro—en las aguas del estrecho.
Los lugares del camino nos demuestran la dureza del viaje. Magnia es la última ciudad de Argelia por el oeste, Uchda la primera de Marruecos por el este, y la distancia entre ellas es de menos de 30 kilómetros, pero la frontera entre los dos países está cerrada desde los años noventa y no se puede cruzar de manera legal. Los campamentos de Magnia acogen a miles de inmigrantes que se organizan por comunidades nacionales y se ganan los jornales con trabajos esporádicos. Cruzan el desierto tratando de escapar de bandoleros y policías hasta llegar a Uchda donde de nuevo se ocultan en asentamientos y barriadas mientras consiguen internarse Marruecos adentro. El libro nos pasea no solo por los lugares cercanos a Ceuta y Melilla, sino también por Rabat y las ciudades del norte, y por Senegal, Guinea Bissau, Guinea Conakry y otros países de donde parten las expediciones por el océano.
Los testimonios recogidos por Castellano y Fibla se refieren también al papel de la familia y de la sociedad en múltiples vertientes, desde la necesidad de dinero hasta el endeudamiento para pagar el viaje, desde la cultura de la inmigración en algunas zonas hasta las edades a las que uno se marcha y la repatriación de los menores; los jóvenes repatriados regresan desde entornos donde ya habían avanzado en sus perspectivas de futuro hasta sus lugares de origen donde el mundo se vuelve a cerrar, todo ello dentro de una política que atiende exclusivamente a razones de seguridad. Junto a la dureza que espera a los menores, la gran vulnerabilidad de las mujeres en tránsito en el camino, los campamentos y las instituciones.
El libro recoge el proceso creciente de la emigración y el proceso gubernativo, legislativo y social que discurrió en paralelo. Cada vez más gente y más decidida se llega a este lado, y entre ellos hay embarazadas, niños y menores. Se enfrentan casos concreto, con nombres apellidos y una historia, al análisis y la actuación globales y despersonalizadas, los prejuicios y las realidades.
Se presenta a personas que han cruzado muchos países y viajado durante años porque esa es su única esperanza para llegar a ser algo o para que sus familias salgan adelante. Los repatriados lo vuelven a intentar, la gente muere, la sociedad de acogida no puede acoger a todos, pero solo vienen a trabajar.
Mi nombre es Nadie es un libro que presenta a las personas encaramadas en la valla, que cojean ayudadas por enfermeros o se recuperan envueltas en mantas de la Cruz Roja recién desembarcadas de la patera, pero también a los que no han llegado a esa foto, a los que han muerto en el desierto de Níger o Argelia al cruzar una frontera a pie, a los que han sido asesinados para robarles sus mínimas pertenencias, a los que se han quedado varados en algún campamento o arrabal trapicheando a la espera de su destino cambie, e incluso a los que tuvieron que desistir y volver, pero todos ellos, con nombres, familia y sueños, tenían un proyecto, el de una vida mejor. Los libros que presentan pedazos de la realidad de los inmigrantes no pueden solucionarla, pero conocerla ayudará a encontrar un camino para ello.