Los Vencedores es una novela histórica sobre gente derrotada en la dura España de principios del siglo XX
En 1908 Manuel Ciges, periodista y republicano, publicó en Madrid un libro —que hoy ya es una novela histórica— sobre la vida en los meses posteriores al fracaso de una gran huelga que había tenido lugar en 1906 en Mieres, Asturias, la huelgona. Al buscar documentación para una novela sobre esa época leí muchas referencias a Los Vencedores, pero no podía encontrar el libro en sitio alguno, lo que no hacía sino incrementar mi curiosidad. Al final solo lo pude leer en microfilm en la Biblioteca Nacional, y no me resisto a comentarlo.
Los Vencedores es un largo reportaje sobre la situación llena de sombras y miedos en la que queda un pueblo que depende totalmente de una industria cuando una huelga fracasa y los patronos imponen su ley.

A principios del siglo pasado las actividades minera y metalúrgica despegaban con fuerza en los valles de la Asturias central. Personas que trabajaban en el campo pasaban a hacerlo en la mina o en la fábrica, a menudo tratando de compatibilizar ambos oficios. Había una fuerte inmigración y alojamientos miserables. Los nuevos tiempos requerían disciplina, horarios y especialización, tanto de campesinos reconvertidos como de inmigrantes.
España se proletarizaba. El sindicalismo asomaba y los patronos lo consideraban una amenaza.
En esa situación, los dueños mantenían ante los obreros un comportamiento de paternalismo industrial, extendiendo el radio de acción de la empresa más allá de sus instalaciones para alinear la vida de los empleados con sus intereses patronales. En medida diferente según las empresas y las zonas podían proveer casas de socorro, escuelas para niños o adultos, economatos, sistemas de ahorro o incluso viviendas. Los vigilantes de minas y fábricas trabajaban tanto dentro como fuera de estas. La influencia de la Iglesia variaba entre fuerte y tremenda. En Mieres el modelo vigente de influencia de los patronos en la vida exterior era extremo. Allí tuvo lugar en enero de 1906 una histórica huelga que duró más de dos meses y que concluyó, tras agotar sus recursos y fuerzas, con la derrota completa de los huelguistas. La empresa, dueña de minas y metalurgia, la Fábrica, constituyó un comité que decidió el despido de muchas personas.
En el valle se instaló el silencio y el miedo.
Una revista decidió entonces enviar un periodista, Manuel Ciges, para que narrara la vida en la localidad tras el desastre. Ciges es un periodista conocido en toda España, comprometido con las causas sociales—y cuya dura vida y muerte merece comentarios más detallados— y el resultado de su visita es Los Vencedores, paradójico título de una novela histórica sobre los que han perdido.

Comienza el autor narrando su llegada a un valle norteño, verde, tranquilo y acogedor en el que llaman la atención el río que baja negro y sucio, los alaridos de las locomotoras y los planos inclinados de los montes por los que se deslizan las vagonetas. Y en el que apenas se ve a la gente, que se esconde porque algo ha pasado. O está pasando. Hay miedo: “Cesó la huelga y empezó la persecución.
Los patronos nombraron una Junta compuesta de altos empleados para admitir o rechazar a los huelguistas. Por los procedimientos de selección que empleó, la Junta se granjeó el nombre de Gabinete Negro.
La malquerencia de un capataz, la delación de un antiguo compañero, la denuncia de un sacerdote o el chisme de una comadre, fue suficiente para excluir entre burlas e insultos a obreros honrados y de reconocida habilidad que ni siquiera se habían significado de turbulentos en la huelga. (…) El Gabinete Negro organizó enseguida a sus auxiliares para ejercer a todas horas y en todas partes el espionaje. Los guardas jurados de la Fábrica fueron los primeros en ejercerlo, insinuándose entre los obreros, visitando los lugares que frecuentaban, fingiéndose enemigos de los patronos, tomando nota de lo que se hablaba y mejor nota del imprudente en hablar claro para expresarlo a la siguiente mañana”
La novela es beligerante e inquietante. El narrador describe con frases cortas y juzga con contundencia: el cura “atormenta y somete a las almas débiles infundiéndoles miedos ultraterrenos”, del dueño se indica que “una gran estafa fue su herencia, y derrochar el dinero hurtado al amparo de las leyes, su única preocupación”. No se nombra a nadie, ni a los dueños ni caciques, como tampoco se identifica a las personas con las que el narrador charla y que le informan de hechos concretos.
Ciges, una vez finalizado su trabajo, tuvo que, por seguridad, abandonar Asturias
El autor se detiene en la historia del Centro Obrero, al que se entra cruzando un puentecillo controlado por la guardia civil y los matones. Quien entra allí, es despedido y los afiliados pasan de 500 a 23. El Centro había sido hipotecado para resistir la huelga y sufre dificultades y acosos que tarda años en superar. El narrador relata cómo el poder triunfador extiende su influencia por el valle, cómo se fundan nuevos centros con nombres parecidos a los ahogados centros obreros, cómo la persecución se realiza primero contra los socialistas, llega luego a los republicanos y alcanza al fin a los liberales; presenta cómo el integrismo religioso se convierte en un instrumento de control: un párroco ordena a una señora que abandone su compra de un periódico liberal y se suscriba a uno católico, y un fraile trata de escenificar un falso milagro. Si los habitantes del lugar dirigen los ojos a lo alto de La Fábrica se encontrarán unos dueños derrochadores, jugadores y libertinos que viven lejos; si los dirigen a la política, verán un libertador recién aparecido, brillante parlamentario, que a la hora de la verdad les traiciona. Si miran a su alrededor, campos negros regados con el agua del negro río, montañas de escombros que pueden sepultar casas, infraviviendas.
El narrador no presenta salida alguna para las personas que allí viven.
El periodista habla también de las explotaciones mineras del inmediato valle del río Aller, que pertenecen a otra empresa de actitud aun más tradicional. Como máximo exponente de ella, han edificado, en un lugar de no muy fácil acceso, un poblado completo en el que unos trabajadores seleccionados desarrollan su vida a la vista de sus superiores, en unas casas en las que no caben invitados y en un pueblo de nuevo cuño donde solo están ellos, los de la empresa.

Ciges visita este poblado de Bustiello mostrando la sumisión, la esclavitud que se busca del trabajador para que la mano de obra se reproduzca y permita que la Fábrica y sus dueños continúen adelante. Esa visión parece cerrar el círculo asfixiante de la historia narrada.
Un viejo obrero dice en algún momento al periodista: “Se nos cierran todas las puertas. Todos están contra nosotros: ni en la Justicia, ni en la Religión ni en la fuerza pública encontramos amparo. Todos se alían a nuestros enemigos. No podemos instruirnos; no podemos acogernos a ningún procedimiento legal. Nos persiguen; nos apalean; nos encarcelan; nos acosan”.
El libro fue editado en 1908 en Madrid y parece que no se llegó a vender en su época en Asturias al comprar La Fábrica los ejemplares que allí llegaron. No conozco reimpresiones posteriores. Se encuentra, al menos, en las bibliotecas del Principado y en la Biblioteca Nacional.
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