Y siempre..., la novela
Al cabo de los años las épocas se recuerdan por las novelas y no por los libros de historia. En la novela contamos a personas historias sobre personas, y lo más humano que tenemos para construir esa relación son las emociones. Los personajes, con sus aventuras ficticias que combinan tanta realidad, transportan a los lectores a otras vidas, les hacen partícipes de amores o desengaños, de frustraciones, éxitos o días anodinos. De penas y sufrimientos.
Escribiendo novelas, las experiencias de los viejos tiempos de la oficina dejan de ser carne de comentarios reiterados en las comidas de amigos y se constituyen en ladrillos que construyen personajes. Las anécdotas del abuelo resultan ser la materia prima del retrato de una época. Todo sirve, lo que se lee, lo que se escucha, lo que se inventa, todo se recicla, entra en la coctelera y es la argamasa con la que se forman personajes que un día reciben un nombre, otro un amigo, o una novia, o un desengaño, y una casa en la que vivir.
Es la fantástica magia de construir una novela, el momento en el que un amigo te dice que le da pena lo que le pasa a tal o cual criatura de tu invención y que por qué no le haces triunfar. La emoción nos une.
Y las emociones se crean sobre el trasfondo de unas épocas determinadas. Cuando la aventura narrada presenta unos tiempos que quedan así fijados en el libro el novelista se sentirá feliz. Ese es el objetivo, en ello estamos.